lunes, 19 de octubre de 2009

Avería y redención

Tenía dieciocho años, no mucho menos que ahora. En mi casa siempre había tenido más libertad que cualquiera de la gente que conozco, ya fuera a base de verborrea o de una imaginación desbocada que me permitía crear tantas escusas como para decir que llevaba una doble vida. El caso es que no se puede vivir de escusas, hay quien lo hace, pero de frente se ve mejor.
Dieciocho años en el DNI y la oportunidad de dejar las escusas, independencia económica implica poder hacer todo eso sin necesidad de que nadie esté de acuerdo con ello.
Buscar un trabajo, pagar un piso…no pesa levantarse con la resaca y tirar de redbull, o trabajar un primero de enero si la decisión la a tomado la cabezota de turno que ha veces me empeño en ser.
Un día el trabajo ya no está, mal año para buscar un empleo precario, y tener que volver a “casa”, con todas las cosas que tan cerca estuvieron de reventar el coche en la primera mudanza. Ya no se esconde nada en casa, excepto las razones y planes que me hacen no pasar por allí…y vuelvo a verme justificándome a cada paso.
Ante esto, un día llega un email, un año fuera como voluntaria, un motivo perfecto para pasar de razones mientras por aquí los intentos de volver a la independencia sigan frustrándose.
Ahora me encuentro, después de tres meses en otro país más ahogada de lo que hubiese cabido esperar. Sigo sin saber con certeza los motivos de esta estancia. Ya añoraba Murcia desde antes de irme, pero ahora no es eso. Realizo un trabajo escaso, que no da para tener la cabeza suficientemente ocupada. Paso todo el tiempo con las mismas personas, con más afinidad a unas que a otras, y aunque no la haya da igual, porque aquí estamos y no es opcional. Siempre he tenido tendencia a estar saturada, a necesitar escape en cualquiera de sus formas, ya sea encerrada en casa o cogiendo el coche sin saber a dónde.
No puedo hacer nada de eso, los días de resaca antes los acompañaba la sonrisa por lo vivido la noche anterior, ahora solo es dolor de cabeza y el estomago dando vueltas. Cualquier opción a la fuga se ve frustrada por el horario de oficina. Las conversaciones siempre son las mismas.
Ya no puedo ser quien era, ahora soy la versión rumana, una persona con horarios, que no se acuerda de reír hasta doler, y a la que no le apetece salir porque todo parece lo mismo.
Frente a eso, una relación. Eso que nunca pude tener por no dejar a un lado un poquito de independencia. Ahora no propongo locuras a cualquier deshora, ya no soy una buena compañera de cervezas y por lo contrario dependo de alguien que hace de estar aquí algo menos frio.
Lo que pesa, no dejó de ser una decisión, algo que yo elegí, y que al igual que tantas veces hice puedo tirar por la borda para no ahogarme en el camino.
Y yo sigo teniendo demasiado aprecio a mis maneras, a eso que aquí no encuentro por ningún lado. Pero si encuentro algo que es a medias, que nunca me he permitido y que tira de 200 cabos sin querer, que me gusta.
Así que pasan los días, tengo una razón para seguir y otra para abandonar, un nudo en la garganta por buscarme en cada esquina y no encontrarme, y otro en el estomago por saber que para volver a verme por los espejos hay que dejar las cosas buenas que encontré y que quién sabe cuando volveré a permitirlas…
Ya sólo arden los pies por volver a verme, y no hay maneras sin que duela.

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